sábado, 30 de abril de 2011

A jugaaaar

Después de llorar como por 40 minutos (quizá menos, pero a mi me parecía una eternidad), con la nariz pegada a la puerta de spring, cuando mi mamá se iba a no se donde con sus labios pintados de rojo vivo y sus tacones altos; procurando que su beso pintado en mi frente, desde aquellos entonces amplia, no se me borrara, salía corriendo en respuesta al llamado de mis hermanos para jugar en el patio.

Ya afuera nos metíamos a un tejabán de lámina donde teníamos nuestro propio Club " sale y vale", como el de la tele. El que nos dirigía era León, siempre nos proponía nuevas y divertidas hazañas que yo nunca entendía pero siempre obedecía, observaba si Marisol las hacía o no para saber si yo corría peligro. Así podíamos practicar las más exóticas aventuras como: brincar en la cama, seguir brincando en la cama y continuar brincando en la cama a pesar de tenerlo prohibido por nuestros papás y tener la mirada vigilante de nuestro hermano mayor que siempre le "chismeaba" a mi mamá todas nuestras travesuras.

Mi favorito era jugar a los pasteles de lodo que después teníamos que destruir lanzándolos contra un dibujo de una monita de palitos que le pusieron por título "La Maestra" y con emoción y cierto placer maquiavélico aventábamos las tortas de lodo mientras gritábamos "A la Maestra" y solatábamos la carcajada. También tenías el juego de la tiendita con la medá medá; jugábamos a nuestro grupo musical; a lanzarnos espinositas, yerbas que se quedaban pegadas en la ropa y que daban comezón. Jugar a las luchitas con el enanito. Al grupo de experimentar con todas las cremas y perfumes de mamá. A comer cocoa, que no era más que polvo acumulado en los rincones. Incluso un día llegué a lamer el desodorante de mi papá porque dijo León que era un reto, jajajaja.

Con Miguel los juegos eran de pensar, y no porque tuviera que pensar si jugaba con él o no, si no porque él siempre ha sido el intelectual de la familia. Los juegos se trataban de leer, de resolver acertijos, de hacer papiroflexia, o quedarme viéndolo mientras hacía pequeñas figuritas de plastilina.

Cuando escribo todo esto tengo una sonrisa en mis labios, y mil recuerdos serpenteando en la memoria.

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¿Quién soy?

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Soy de un lugar donde cuecen el pan a la orilla de un sueño que lucha el amor. Tengo del negro y de España su luz y una historia bien corta que se hace sentir. Vengo del centro del mar, siento el sur más que el norte y el rojo me cruza la sien. Soy de donde soy, aunque me encuentre donde esté, aunque la noche cubra el cielo y haya crisis con la fe. Soy de donde soy, de donde habita el corazón, donde se sueña con palomas y se muere por amor. (Donde habita el corazón Vicente Feliú)